A pecho palomo: la seguridad que se está desvaneciendo
Esta mañana, de camino al despacho, he visto una escena que, por desgracia, ya no sorprende: un operario limpiando un tejado en un edificio de tres plantas, sin arnés, sin línea de vida, sin nada. Trabajando a pecho palomo, como si la gravedad fuera una opinión.
Más allá del susto, lo que queda es tristeza. Porque detrás de cada accidente hay una cadena de negligencias silenciosas: el miedo a perder el empleo, la mirada que se gira hacia otro lado, el “así se ha hecho toda la vida”. Y mientras tanto, las cifras siguen sumando nombres que nunca serán titulares.
La Coordinación de Seguridad y Salud no es un trámite para adjuntar en un expediente. Es la diferencia entre volver a casa o no. Cada vez que alguien sube a un tejado sin protección, no solo arriesga su vida: retrata a una industria que ha normalizado el riesgo como parte del oficio.
Se invierte en materiales, maquinaria y plazos. Pero, ¿y en formación, supervisión y cultura preventiva? Sin eso, todo lo demás es humo.
Nos hemos acostumbrado a medir la productividad en horas y metros, nunca en vidas a salvo. Y, sin embargo, la seguridad es el único KPI que no admite negociación. Porque cuando falla, no hay segunda oportunidad.
Este editorial no busca señalar a un trabajador concreto, sino a un sistema entero: promotores que no exigen, contratas que escatiman, técnicos que callan, administraciones que miran tarde. La seguridad no es un gasto: es respeto por la vida.
Si hoy alguien sube a un tejado sin arnés, no es valentía: es la evidencia de que hemos bajado los brazos. Y eso, como sector, nos condena.