Hoy se funda el régimen de la corruptocracia
El acto solemne de apertura del Año Judicial llega con una herida abierta: la normalización de lo anómalo. Cuando lo excepcional se vuelve rutina, la democracia se enfría.
La ceremonia que inaugura el curso judicial debería ser un ritual de higiene democrática. Sin embargo, hoy se celebra con un Fiscal General procesado por presunta revelación de secretos y un poder político y judicial atrapado en el espejo de su propio descrédito. No es una anécdota: es un síntoma.
El dato que no se puede obviar
El Fiscal General del Estado participa en el acto mientras afronta un proceso penal por la presunta filtración de datos del caso del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid. La excepcionalidad se ha institucionalizado.
Un discurso bajo sospecha
“Si estoy aquí es porque creo en la Justicia”.
La frase funciona como consigna. Pero creer en la Justicia es, ante todo, no obligarla a soportar el peso de la sospecha desde su propia cúspide.
Por qué esto importa
Porque la independencia judicial no solo se ejerce: se representa. En democracia, los símbolos importan. Y el símbolo de hoy proyecta una sombra sobre todos: sobre quien investiga, sobre quien acusa, sobre quien juzga y sobre quien gobierna.
El tablero del día, en tres movimientos
Movimiento | Qué significa |
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Presencia del FGE | Normaliza lo anormal: se comparece en clave institucional con un procesamiento en curso. La erosión es de prestigio, no solo de procedimiento. |
Llamamientos a apartarlo | El Poder Judicial escenifica su división. No hay relato compartido de integridad; hay bandos que se justifican en público. |
Plante de la oposición | La ausencia se convierte en mensaje y el acto en trinchera. El desacuerdo no se procesa: se abandona. |
La cronología mínima del despropósito
Corruptocracia: anatomía de un término incómodo
Llamar “corruptocracia” a lo que vemos no es un insulto; es un diagnóstico: cuando los costes reputacionales de las instituciones se asumen como inevitables, la corrupción deja de ser un hecho aislado para convertirse en un ecosistema. Nadie ordena el caos: el caos se administra.
Qué debería ocurrir —y no ocurre
- Separación escrupulosa de lo procesal y lo institucional, sin atajos simbólicos.
- Autocontención: renuncias temporales cuando la ejemplaridad está comprometida.
- Un relato común de integridad compartido por Gobierno, oposición y Poder Judicial.
Conclusión
La democracia no se rompe de golpe: se enfría. Cada excepción tolerada a la ejemplaridad institucional baja un grado la temperatura cívica. Si hoy aceptamos que lo anómalo sea norma, mañana no sabremos cuándo empezó a serlo. Y ese es, precisamente, el punto de fusión de cualquier corruptocracia.